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domingo, 23 de mayo de 2010

La Casa del Arbol, Gustavo "elbuscapie"

El colectivo que me regresaba a mi pueblo después de una vida devoraba los kilómetros con lentitud. Todo un día viajando habían hecho que mis 45 años comenzaran a pesarme. Para peor, la jornada era uno de esos días clásicos del verano de la pampa húmeda.
Por la ventanilla podía ver unas nubes que prometían derrumbarse en aguacero muy pronto y pensé que la lluvia es lo más cerca que a veces podemos estar del cielo.
Creo haber dicho que yo regresaba a mi pueblo luego de casi treinta años… esperaba encontrarlo igual: con sus calles de tierra, con sus pocas manzanas, con su club, con su idiosincracia…
Mi lugar se llama “Pujanza”, y como dije es un pequeño pueblo enclavado en una llanura enorme, caliente y húmeda que los mapas de primaria muestran como Pampa Húmeda. Seguramente los primeros colonos esperaban más de lo que hoy es, por eso el nombre…

Yo había nacido en un campo, propiedad de alguien que pocas veces aparecía por allí y que ni vale la pena tratar de recordar el nombre; mi padre, un paisano rústico y querible, hacía las veces de capataz de la estancia ganadera. Era respetado y obedecido por un puñado de peones que más tenían de voluntariosos que de capacitados.
Tuve una infancia feliz, no puedo negarlo. Mi ingreso a la escuela me había regalado a mis primeros amigos: Malena y Vicente.
Malena era una nena de mi edad, un poco gordita y de risa fácil. El hecho de estar creciendo sin una madre le parecía natural, aunque ahora y a la distancia me doy cuenta cuánta falta le hacía.
Vicente era el distinto, su padre tenía campos propios y eso le daba un aire de superioridad que a veces contrastaba con su natural inocencia. Aparte era dos años mayor que nosotros, lo que lo envestía de algún tipo de autoridad.
La infancia nos había regalado infinidad de momentos felices. Bueno, también tuvimos nuestras desavenencias, pero el tiempo tiende a suavizar algunos malos recuerdos y a convertirlos en risibles.

El colectivo seguía con su trajinar, entrando en cada caserío y en cada pueblo. A esa hora de la tarde, un calor sofocante y la proximidad de la tormenta hacían que el aire fuera irrespirable.
Yo sabía que mi pueblo no tardaría en aparecer como una mancha gris en medio del verde del verano…

Me acuerdo de un verano y me acuerdo de todos los veranos. La escuela dejaba paso a la libertad y tratábamos de devorarla a mordiscones. Un verano en especial, cuando mis diez años me otorgaron cierta habilidad manual; habíamos construido la casa junto a un viejo sauce, uno de los tantos que rodeaban mi pueblo. Habíamos conseguido madera y clavos, y con más ganas que facilidad levantamos la pequeña construcción bajo una cortina llorosa de hojas verdes.
Luego le hicimos unos banquitos y nuestra casa estaba lista para habitar. Nos pasó que después no sabíamos que hacer los tres dentro de ella y poco a poco y verano tras verano la fuimos abandonando.

El colectivo se detuvo y yo sabía que era la última parada antes de mi pueblo. Alguien subió y alguien bajó… vuelta a rodar con rumbo a Pujanza.

La niñez había dejado paso a la adolescencia, y con ella llegó es despertar. Ya Malena no era nena regordeta ni nosotros los mismos. Alrededor de los catorce me pareció ver que nuestra amistad cambiaba y que Vicente, mi amigo Vicente, era un competidor. Cualquier motivo era bueno para discutir, rivalizar y mostrar finalmente orondos nuestra victoria o esconder lo más rápido posible la vergüenza de la derrota..
Yo sabía que pasaría, sí que lo sabía. Y también supe que pasaba el día que los dos de la mano me lo confirmaron. Ese fue el día que decidí que mi pueblo me quedaba chico y que mis diez y siete años eran suficientes para buscar mi destino en otros lados.
Pocos día después, un colectivo resoplón me alejaba de Pujanza y yo no me daba cuenta que en realidad no era una partida sino el comienzo del regreso…

Por fin paró, por fin pude pisar de nuevo mi pueblo. Como dije, una vida me había llevado volver; una vida, unas vidas, ciudades, destinos, amores y otros cuerpos.
El pueblo estaba igual y to ahora no sabía para qué había vuelto. Caminé desde el parador al club bajo un cielo ya decididamente negro. Entré y un deja vú me regaló la misma visión de años atrás. Luego alguien me reconoció y vino a saludarme, luego varios vinieron, luego la mesa y el vaso, luego la charla…
Todo seguía más o menos igual, todo había cambiado. Vicente, me contaron, se fue de Pujanza el año siguiente de mi partida y ahora era abogado en alguna ciudad grande. No quise preguntar por Malena, pero las respuestas llegaron solas y terribles. Todo se había derrumbado, viejos y nuevos dolores se presentaron, la incertidumbre, el no saber… que se yo. Malena ahora vagaba por las calles de Pujanza a merced de quien tuviera la caridad de darle algo de comer o mejor, una moneda para un alcohol de dudosa calidad. Me advirtieron, me contaron; no quise creer. Salí a buscarla.
No me dio mucho trabajo encontrarla… en realidad nadie puede tardar en encontrarse en un pueblo de pocas manzanas… Me quedé quito, algo me partía en dos y las visiones se mezclaban, una angustia de años y tantas veces ocultada volvió. Ela me reconoció y no hizo más que bajar la cabeza, no se si de vergüenza o por tratar de ocultar sus ropas viejas y sucias. Una mano se disparó a sus cabellos todavía rubios en un intento femenino y desesperado por cuidar su aspecto. Ella estaba volviendo y yo la abracé. Por suerte el cielo fue piadoso y las primeras gotas no la dejaron ver mis lágrimas.
Me dijo que todo había pasado, y que todo había quedado, y que todo la habían hecho, y que todo la había deshecho. Me dijo si y no, yo ya no sabía que decir ni que decía. Una mano me guió hasta el borde del pueblo, hasta el viejo sauce, hasta la vieja casa del árbol.
Tuve que encogerme para poder entrar, pero quise morir cuando descubrí que contrariamente a lo que sucede con nuestros recuerdos infantiles, la casa del árbol era más grande de lo que yo recordaba. Todo estaba intacto, todo estaba…

“Todo lo conservé, es lo que fuí y lo que quiero ser”, me dijo. Afuera la tormenta que se hacía noche… adentro el destino que me había ido a buscar...



Perfil de Gustavo en Taringa: http://www.taringa.net/perfil/115486

2 comentarios:

  1. ¿Qué pasó? ¿Qué no era un cuento por día? Ya van 26 días que no cumplen.

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  2. Hola. Este cuento lo escribí hace unos cuantod años y ya no está en Taringa. No guardaba copia y pensé que se había perdido. Una alegría es encontrarlo y poder dar las gracias a quien lo rescató de la desaparición.

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