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sábado, 22 de mayo de 2010

Esperando, Guido Balbiano

Él era otro más que buscaba algún tesoro u a la postre objeto sin valor que, pasara lo que pasara tras su descubrimiento, hasta el momento de la verdad era un posible hallazgo que cambiaría a la humanidad. Así lo era el Santo Grial, así lo era la caja de Pandora.

Algunos la habían realmente buscado, siempre sin éxito, de los cuales sólo pocos prefirieron transcribir sus experiencias a algún derivado del papel. Otros optaron por ser ficticios y ser acompañados por un troglodita al que nombrarían Argos para que un tal Borges contara lo pasado otorgándole el crédito a un tal vez también ficticio Pope.

Algunos la buscaban en forma de río o arroyo. Otros, entre los cuales él se creía ubicar, preferían imaginársela dando vueltas en el ciclo sin fin de una fuente.

El agua era la misma, con las mismas propiedades, con la misma capacidad de permitirle vivir eternamente a quién la bebiese.

Él se sentía capaz de ser el primero que encontrase la Fuente de la Juventud. Estaba de acuerdo con la idea de una fuente, aunque no con lo de juventud, el ya estaba pasado en años para eso. No era una edad tan avanzada, pero la conservaría por siempre de tener suerte.

Una seguidilla de indicios lo llevó hasta ese lugar. Como quien busca un tesoro pirata, comenzó con un mensaje secreto escrito con las letras mayúsculas en la Carta Magna y terminó con una lengua muerta transcripta en la piedra más recóndita del castillo más oscuro de las colinas de Escocia.

Atravesó tantas culturas para llegar ahí que ya no podía decir exactamente dónde estaba. Volver iba a ser otra odisea.

Poco a poco se adentró en una estructura rocosa, reinada por el calor, la humedad y la falta de aire. Escaleras, pasillos sinuosos, y lo que parecía ser otro laberinto además del que tenía vagando a sus neuronas en su cabeza. Sólo lo reconfortaba la fuente al otro lado de Dios sabe cuál de todas esas paredes.

Su lengua comenzó a tomar una consistencia parecida a la de las piedras a su alrededor, tal vez menos húmeda. Tal vez era otra alucinación, pero creyó poder ver su cara reflejada en uno de los muros, como si éste fuese el más claro de los espejos. Esa grieta era el contorno de su nariz, aquel hueco era uno de sus ojos, esa gotera… sus lágrimas.

Trató de secarse sus mejillas, pero no había qué secar. Rápidamente comprendió y utilizó el pozo de su boca para recolectar el agua cayendo. Su sed se fue saciando poco a poco, más allá del asco que eso le pudiera causar.

Recobró las fuerzas que parecían perdidas para tratar de salir de ese lugar que parecía no ser finalmente el camino correcto. La falta de una salida lo corroboraba. La entrada sería su improvisada salida.

Comenzó a caminar, pero no recordaba el camino llevado a cabo. Al cabo de una o dos horas sus piernas dejaron de responder y se tiró al piso. No supo cuánto tardó en quedarse dormido ni cuánto más en despertar.

Pudo volver a caminar, pero no tardó en darse cuenta que estaba dando vueltas hasta llegar a ese mismo lugar.

Decidió quedarse acostado ahí, mirando el techo que cada vez se parecía más a las paredes y al suelo. Tal vez le habría venido bien la compañía de Argos. Se dormía intermitentemente esperando a que un sueño le revelara la salida.

219 años después sigue esperando.

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