La ventana abierta dejaba entrar las gotas de lluvia, y daba lugar a la temblorosa luz de una noche más de soledad, que iluminaba la cama deshecha, y la mitad de una solitaria mesita de luz que parecía solo querer encontrarse con su otra parte. Sólo en un ricón del triste cuarto, se encontraba con su cabeza en sus manos el único hombre que supo realmente amar; casi se podía escuchar su lamento. Las manos anilladas del hombre no paraban de refregarse con su pelo negro ondulado, con un movimiento muy sutil y devastador, era como si no se entendiese, como si fuera otra persona intentando de comprender su propia vida. Esto siguió unos instantes hasta que levantó la cabeza, y con los ojos más tristes y mojados que una persona pudiera llegar a tener, clavó su mirada en un punto fijo en la pared, como si no existiera nada mas alrededor suyo excepto ese punto, y en voz muy baja pronunció dos palabras que resumían su vida. Después de un rato de lamentarse por todo lo que había pasado, sintió una ola de optimismo y se levantó decidido a ir a caminar bajo la lluvia, sin propósito alguno, solo para caminar y sentir las gotas en su cuerpo.
Ni bien abrió la puerta para salir, sintió el frío de todas sus penas convertidas en gotas heladas de una lluvia que el creía inspiradora, pero a pesar de eso, salió. En su cabeza lo único que pasaba eran pensamientos del pasado, pensamientos de ella, y pensamientos de la lluvia. Solo se podía concentrar en esas dos cosas, nada más; ni siquiera sabía donde estaba yendo. De repente y sin razón alguna empezó a caminar cada vez más rápido, ya casi sin pensar en nada, solo en la lluvia. Se lo veía feliz de alguna bizarra manera. Empezó a correr, nada le impedía que haga nada, y se dio cuenta que a pesar de todo, era una persona libre, libre de hacer lo que se le de la gana y nadie lo iba a molestar por ello; nunca se había sentido así en su vida, no podía parar de correr, cada vez mas rápido, cada vez menos triste. Las gotas impactaban en su cara con una fuerza inigualable, pero él seguía adelante, porque sabía que eso era lo que tenía que hacer. Llegó hasta el río donde solo una baranda de metal lo separaba de lo que en ese momento el creía ser su destino, lo sentía como solo como una extensión del agua que brutalmente caía sobre él. Empezó a subir los escalones de la baranda, y cuando llegó al último, alzó sus brazos en el aire y miró al cielo, fue uno de los momentos mas intensos de su vida, fue cuando se dio cuenta que el amor era un vaga ilusión de lo que se piensa que es la felicidad ajena. Otra vez repentinamente y otra vez sin razón alguna sintió la necesidad de volver al departamento. El camino de vuelta fue bastante incómodo, quería llegar cuanto antes, ya tenía muchos pensamientos en su cabeza. Irónicamente, llegó casi corriendo para mojarse menos. Abrió la puerta y se dirigió derecho al baño, se seco el pelo y se cambió de ropa.
Pero cuando volvió a su cuarto comprendió algo, al ver de vuelta la ventana abierta dejando entrar agua, al ver su cama deshecha y su velador iluminados por la luna, comprendió que a pesar de su maldita libertad, no estaba bien, algo le faltaba, y un sentimiento de soledad invadió su cuerpo dejándolo mas desolado que nunca, ya casi haciéndolo olvidar lo que había sentido hacía un rato, comprendió que todavía la amaba de una forma desesperante.
Sin importarle las consecuencias y con este profundo sentimiento de soledad y dolor, abrió un armario del cual sacó una misteriosa cajita que el creía ser la única forma de aliviar su dolor. Miró por largos minutos esta caja, sin sacar sus ojos de ella y sin moverse ni un poco, pero la dejó a un costado y volvió al baño. Se lavó la cara repetidas veces y con las manos muy temblorosas. Volvió a la mesa de su cuarto, donde había apoyado la solución a sus problemas. Se sentó en una silla que hacía juego con la mesa, y con sus manos todavía mojadas sacó un raro artefacto de dentro de la caja, un artefacto que parecía un juguete sombrío. Sin pensar mucho y con un movimiento brusco se levantó de la silla y se llevó el juguete a su cabeza, sus manos temblaban cada vez mas fuerte, y se podían ver las gotas de sudor pasando por sus anillos. Con el ceño fruncido y los ojos fuertemente cerrados, se escuchaba su respiración cada vez más fuerte y agitada; esto duró hasta que casi por arte de magia abrió los ojos, su cara se relajó completamente, y mirando el punto en la pared (su foto) volvió a pronunciar con melancolía las dos palabras que resumían su vida:
- Te amo.
Después de eso lo único que se escucho fue el silencio ensordecedor de la foto de ella volviéndose roja, dejando otra alma detrás de su misteriosa forma de ser.
Tal vez fue muy joven para hacer que un buen amor funcione, o tal vez estaba un poco loco, pero a mi me gusta creer que fue una persona tan pasional, que no pudo con sus propios sentimientos que supuestamente lo tendrían que haber hecho feliz.
Ni bien abrió la puerta para salir, sintió el frío de todas sus penas convertidas en gotas heladas de una lluvia que el creía inspiradora, pero a pesar de eso, salió. En su cabeza lo único que pasaba eran pensamientos del pasado, pensamientos de ella, y pensamientos de la lluvia. Solo se podía concentrar en esas dos cosas, nada más; ni siquiera sabía donde estaba yendo. De repente y sin razón alguna empezó a caminar cada vez más rápido, ya casi sin pensar en nada, solo en la lluvia. Se lo veía feliz de alguna bizarra manera. Empezó a correr, nada le impedía que haga nada, y se dio cuenta que a pesar de todo, era una persona libre, libre de hacer lo que se le de la gana y nadie lo iba a molestar por ello; nunca se había sentido así en su vida, no podía parar de correr, cada vez mas rápido, cada vez menos triste. Las gotas impactaban en su cara con una fuerza inigualable, pero él seguía adelante, porque sabía que eso era lo que tenía que hacer. Llegó hasta el río donde solo una baranda de metal lo separaba de lo que en ese momento el creía ser su destino, lo sentía como solo como una extensión del agua que brutalmente caía sobre él. Empezó a subir los escalones de la baranda, y cuando llegó al último, alzó sus brazos en el aire y miró al cielo, fue uno de los momentos mas intensos de su vida, fue cuando se dio cuenta que el amor era un vaga ilusión de lo que se piensa que es la felicidad ajena. Otra vez repentinamente y otra vez sin razón alguna sintió la necesidad de volver al departamento. El camino de vuelta fue bastante incómodo, quería llegar cuanto antes, ya tenía muchos pensamientos en su cabeza. Irónicamente, llegó casi corriendo para mojarse menos. Abrió la puerta y se dirigió derecho al baño, se seco el pelo y se cambió de ropa.
Pero cuando volvió a su cuarto comprendió algo, al ver de vuelta la ventana abierta dejando entrar agua, al ver su cama deshecha y su velador iluminados por la luna, comprendió que a pesar de su maldita libertad, no estaba bien, algo le faltaba, y un sentimiento de soledad invadió su cuerpo dejándolo mas desolado que nunca, ya casi haciéndolo olvidar lo que había sentido hacía un rato, comprendió que todavía la amaba de una forma desesperante.
Sin importarle las consecuencias y con este profundo sentimiento de soledad y dolor, abrió un armario del cual sacó una misteriosa cajita que el creía ser la única forma de aliviar su dolor. Miró por largos minutos esta caja, sin sacar sus ojos de ella y sin moverse ni un poco, pero la dejó a un costado y volvió al baño. Se lavó la cara repetidas veces y con las manos muy temblorosas. Volvió a la mesa de su cuarto, donde había apoyado la solución a sus problemas. Se sentó en una silla que hacía juego con la mesa, y con sus manos todavía mojadas sacó un raro artefacto de dentro de la caja, un artefacto que parecía un juguete sombrío. Sin pensar mucho y con un movimiento brusco se levantó de la silla y se llevó el juguete a su cabeza, sus manos temblaban cada vez mas fuerte, y se podían ver las gotas de sudor pasando por sus anillos. Con el ceño fruncido y los ojos fuertemente cerrados, se escuchaba su respiración cada vez más fuerte y agitada; esto duró hasta que casi por arte de magia abrió los ojos, su cara se relajó completamente, y mirando el punto en la pared (su foto) volvió a pronunciar con melancolía las dos palabras que resumían su vida:
- Te amo.
Después de eso lo único que se escucho fue el silencio ensordecedor de la foto de ella volviéndose roja, dejando otra alma detrás de su misteriosa forma de ser.
Tal vez fue muy joven para hacer que un buen amor funcione, o tal vez estaba un poco loco, pero a mi me gusta creer que fue una persona tan pasional, que no pudo con sus propios sentimientos que supuestamente lo tendrían que haber hecho feliz.
Perfil de Gonzalo en Taringa: http://taringa.net/perfil/1704874
Las consecuencias del juguete rabioso.
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