Aunque sólo han transcurrido tres días desde mi llegada, gracias a las facilidades que me brinda el gobierno que me ha acogido, escribo estas líneas para que sean difundidas por la Cadena Mundial de Mensajería Neumática. Hubiera preferido perderme tranquilamente entre los exilados que transitan las anchas calles de Tenerife, olvidado para siempre, pero la importancia del balance estratégico mundial, así como una poderosa razón de consciencia, me obliga a cumplir con una última responsabilidad antes de desaparecer de los despachos de prensa.
Debo señalar, sin embargo, que no escribo con el propósito de dañar la reputación de los miembros del Consejo, gente proba más allá de cualquier sospecha. Debo señalar, además, que el arduo trabajo del Consejo durante los últimos ocho años, visto en retrospectiva, ha sido quizá el más brillante de la Era Postbellum. Sé, por ejemplo, que, desde que se descubriera en la famosa Bóveda de Tiempo Número 5, los textos completos de los cuatro escritores -cuyos nombres se conocían sólo por referencias fragmentarias- ninguno de los miembros del Consejo vaciló un instante en aceptar la inmensa responsabilidad que recaería sobre ellos. Después de tantos años de literatura anónima, era posible, por primera vez, nombrar no uno, sino cuatro autores. Pero antes, era imprescindible elegir a uno de ellos como el centro del canon, la referencia absoluta, la vara con que se mediría la excelencia de todo lo escrito, la semilla para la producción literaria del futuro.
Sin embargo, la Tarea no fue fácil. Pocos saben cuánto trabajó el Consejo desde el día en que se abrió la bóveda de tiempo hasta la tarde en que se alzó la voluta de humo azul desde el último piso del Ministerio de Diseminación de Información.
Durante los primeros cinco años, las largas sesiones, grabadas en tambores de ferrita para la posteridad, consistieron en análisis minuciosos, línea por línea, de los textos de los cuatro escritores. Cada vez que se encontraba una cualidad sobresaliente en uno de ellos, aparecían, de inmediato, cualidades semejantes en los otros tres. El análisis volvía, entonces, a la primera línea, al texto anterior, al escritor anterior, en un espiral que los envolvía interminablemente sin que pudieran discernir el paso de las horas. No era raro que el Consejo trabajara desde el alba hasta el crepúsculo.
Sin embargo, a pesar del minucioso análisis de la obra de los cuatro escritores, después de cinco arduos años, el Consejo no había llegado a ninguna conclusión. Las obras, aunque disímiles en cuanto a los temas, estilos y técnicas narrativas, eran de calidades equivalentes. El Consejo, presionado cada vez más por la llegada constante de cápsulas exigiendo resultados, trataba infructuosamente de completar la Tarea.
El quinto año, por ejemplo, se recibieron medio millón de cápsulas neumáticas de los lugares más remotos del país. Como se sabe, aquel año la Primera Ministra había difundido un mensaje por la Red Nacional de Mensajería Neumática, justificando el reclutamiento masivo de escritores anónimos para el Ministerio de Diseminación de Información, ya que, según explicó, la demanda pronto excedería la producción. También aquel año hubo grupos que marcharon por las calles. Unos querían que el Consejo autorizara la relectura de viejas obras. Otros pedían el cierre de los incineradores oficiales. Los más radicales, bajo el emblema "SCRIPTOR EX FABULA", llegaron a exigir que se incluyera el nombre del autor en las obras literarias.
Quizá esta presión excesiva provocó la enfermedad de la Presidenta del Consejo, que, siguiendo recomendaciones médicas, tuvo que someterse a frecuentes baños de sales en una tina especialmente diseñada por el Instituto de Enfermedades Meridionales. Fue en vano que, en un intento por continuar con la Tarea, el Consejo mudara su sala de deliberaciones al baño, especialmente acondicionado, donde la Presidenta, detrás de un biombo de vidrio pavonado, se sometía al tratamiento.
A la dificultad de las discusiones, entorpecidas por el eco de las paredes de mármol, se sumó el efecto nocivo de los salinos vapores en los textos originales. Esto hizo imprescindible la interrupción de tal arreglo.Todavía recuerdo cuando la Cadena Nacional de Mensajería Neumática difundió la noticia: Debido a su enfermedad, la Presidenta del Consejo se veía obligada a pedir su pase al retiro, consciente de que su decisión irrevocable afectaría irremediablemente la historia del país. Y no podía ser de otra manera. Es cierto que el orden de sucesión dentro de los miembros del Consejo era de dominio público, pero también es cierto que el retiro de la Presidenta dejaba una poltrona libre, lo cual impedía la continuación de la Tarea.
El nuevo Presidente del Consejo, después de la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, propuso suspender la Tarea hasta que se llenara la poltrona vacante. Dos días después, también, la CNMN anunció que el más joven de los miembros del Consejo, consciente de su falta de experiencia en un proceso semejante, había pedido su separación temporal, ya que, según declaró, su presencia sólo entorpecería las deliberaciones. Desde entonces, por un lapso de tres meses, los cinco miembros restantes se dedicaron íntegramente al proceso de selección.Tampoco fue fácil. El primer candidato, por ejemplo, recomendado por la Universidad de Dominica, además del Capellán Mayor de la Metrópolis de Tulsa, llegó a la entrevista tan nervioso que el Consejo decidió suspenderla, otorgándole el día libre para que paseara por los Jardines Botánicos. Lo cual resultó acertado, porque regresó, al día siguiente, más calmado y cargado de voluminosos legajos que pensaba usar a su favor. Ya en la entrevista, siendo de rigor la imparcialidad de los candidatos, se le preguntó, como tema inicial, si tenía alguna preferencia entre los cuatro escritores. El candidato, mirando con ojos grandes, azules, que contrastaban con su mentón recién afeitado, dijo que sí, tenía una preferencia, al tiempo que depositaba sobre el tablero los dos inmensos legajos que había traído consigo.
Desde el descubrimiento de la Bóveda de Tiempo Número 5, empezó diciendo, gracias a las copias facsimilares que obran en poder de la Universidad de Dominica, he estudiado metódicamente los textos de los cuatro escritores. Aunque al principio me parecieron equivalentes, después, cuando empecé a comparar los temas, más allá de las proezas estilísticas, pude comprobar que uno de ellos era definitivamente superior. Los resultados de mis estudios, continuó, aparecen en estos manuscritos documentados con exhaustivo detalle.
-¿Los tiene grabados en un tambor de ferrita? -preguntó el Consejo.
El candidato, con una sonrisa de orgullo, depositó en el tablero un reluciente tambor de ferrita con los sellos oficiales de su universidad.
-Déjenos el material -dijo el Consejo-. Lo usaremos en nuestra deliberación; mientras tanto puede esperarnos en el recibidor, donde encontrará algunas exquisiteces traídas de la República Panafricana, incluyendo un estupendo vino de Ciudad del Cabo.
Asombrado por la rapidez de la entrevista, el candidato siguió a un ujier segundo hasta el Recibidor del Consejo, donde comió algunos canapés de soya, pero antes de que pudiera tomar la primera copa de vino, un ujier primero le comunicó que el Consejo sentía mucho no poder concederle la poltrona vacante, rogándole, además, su comprensión por no devolverle ni el manuscrito ni el tambor de ferrita.
El candidato, rojo de ira, pensó reclamar, pero no pudo, porque dos guardias nacionales, después de leerle sus derechos, ya lo escoltaban al primer piso. Allí lo embarcaron en un transportador oficial que lo llevó al Instituto de Estudio de Conductas Excéntricas de Tierra del Fuego, donde sigue incomunicado hasta el día de hoy.
El Consejo decidió, además, retirar las copias facsimilares de las siete universidades del país. Sin adelantarme a los hechos, debo señalar que no todos los candidatos fueron tratados de manera tan sumaria, ni tan severa. Algunos, como el profesor de la Gran Europa, que luego de veinte años de vivir en nuestro país se había naturalizado para trabajar en el Ministerio de Poesis, asistió a dieciocho entrevistas consecutivas, que abarcaron extensas discusiones sobre los autores de la Era Antebellum, además de otros textos antiguos menos conocidos. El profesor, sin embargo, se retiró de manera voluntaria, ya que él mismo consideró que su vasto conocimiento de la literatura antigua podría influir negativamente en la Tarea. Hecha pública su decisión en la CNMN, la Primera Ministra le envió sus felicitaciones.
Sería largo, además de innecesario, enumerar todos los candidatos entrevistados. Sin embargo, es pertinente señalar a la última, la que ocuparía la poltrona vacante en el Consejo, convirtiéndose, además, en el miembro más joven de la historia. Pero eso no es lo asombroso. Lo increíble es que esta joven ocupara semejante cargo sin haber leído nunca obra literaria alguna. ¿Cómo había llegado al Consejo? La respuesta es simple. Desde que terminó su educación elemental, debido a sus aptitudes para el pensamiento algorítmico, pasó directamente a trabajar como aprendiz en el Instituto de Computación Bioneumática, el mismo año en que, previendo la escasez, la Primera Ministra había aprobado el presupuesto especial para el desarrollo del Gran Permutador, el súper computador bioneumático que produciría obras literarias a partir de textos canónicos almacenados en tambores de ferrita de alta capacidad. La candidata fue asignada a la Unidad de Estilo que desarrolló el dispositivo bioneumático que convierte una obra cualquiera a un estilo previamente almacenado en tambores de ferrita. Como los demás miembros del equipo, ella también firmó un contrato en que renunciaba temporalmente a su primer derecho constitucional, el derecho a la lectura. En cinco años, por lo tanto, no había podido acceder, legalmente, a ninguna obra literaria.
Terminado el Gran Permutador, todos los miembros del equipo fueron felicitados por la Primera Ministra. En la misma ceremonia, la directora del Instituto de Computación Bioneumática, aclaró que semejante avance tecnológico no hubiera sido posible sin el genio del dispositivo concebido por nuestra joven candidata. Declaración excesiva, pero que llevó a la Primera Ministra a proponerla para ocupar la poltrona vacante del Consejo.
Cumplida la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, ya completos sus siete miembros, el Consejo reanudó la Tarea. Es cierto que la nueva integrante participó con el mismo empeño que los demás, pero también es cierto que fue ella quien propuso discutibles estrategias para el análisis de los textos. Al principio, como es natural, los demás miembros del Consejo, experimentados en análisis literario, se negaron. Pero, poco a poco, en una labor de convencimiento en que no escatimó el uso de su capacidad para el pensamiento algorítmico, empezó a ganar la aprobación de los demás miembros, menos uno. Es así como se aceptaron, por mayoría simple, cada una de sus propuestas. Sin embargo, todavía transcurrieron tres años sin que el Consejo eligiera a uno de los cuatro escritores.
Fue durante esos años, en especial, durante el último, que la joven miembro llegó a ejercer cada vez mayor influencia, proponiendo métodos cada vez más objetables, hasta llegar al último, el inaceptable. Pero el Consejo, presionado por los nuevos grupos extremistas que empezaron a marchar por las calles, presionado por la llegada masiva de cápsulas neumáticas, presionado por las visitas constantes de la Primera Ministra, se vio obligado a tomar una decisión. No es necesario describir la algarabía general que se produjo en todo el país cuando las primeras volutas de humo azul se alzaron en el cielo de la tarde. Pero, mientras el país entero celebraba, yo meditaba sentado junto al amplio ventanal de mi oficina, hasta que, ya casi a la madrugada del día siguiente, obligado por mi consciencia, tomé una decisión sin precedentes en nuestra historia, y usando mi privilegio como Presidente del Consejo, fleté el transportador oficial que me trajo al Santuario Mundial de las Islas Canarias, donde he pedido asilo.
Mi decisión de abandonar el Consejo cuando empezaría su época más gloriosa, se debe a que no puedo aceptar que un asunto tan importante para la historia de mi país, tan importante para el mundo entero, se haya decidido, bajo la malsana influencia del miembro más joven, con una suerte equivalente al abyecto rodar de unos dados.
Debo señalar, sin embargo, que no escribo con el propósito de dañar la reputación de los miembros del Consejo, gente proba más allá de cualquier sospecha. Debo señalar, además, que el arduo trabajo del Consejo durante los últimos ocho años, visto en retrospectiva, ha sido quizá el más brillante de la Era Postbellum. Sé, por ejemplo, que, desde que se descubriera en la famosa Bóveda de Tiempo Número 5, los textos completos de los cuatro escritores -cuyos nombres se conocían sólo por referencias fragmentarias- ninguno de los miembros del Consejo vaciló un instante en aceptar la inmensa responsabilidad que recaería sobre ellos. Después de tantos años de literatura anónima, era posible, por primera vez, nombrar no uno, sino cuatro autores. Pero antes, era imprescindible elegir a uno de ellos como el centro del canon, la referencia absoluta, la vara con que se mediría la excelencia de todo lo escrito, la semilla para la producción literaria del futuro.
Sin embargo, la Tarea no fue fácil. Pocos saben cuánto trabajó el Consejo desde el día en que se abrió la bóveda de tiempo hasta la tarde en que se alzó la voluta de humo azul desde el último piso del Ministerio de Diseminación de Información.
Durante los primeros cinco años, las largas sesiones, grabadas en tambores de ferrita para la posteridad, consistieron en análisis minuciosos, línea por línea, de los textos de los cuatro escritores. Cada vez que se encontraba una cualidad sobresaliente en uno de ellos, aparecían, de inmediato, cualidades semejantes en los otros tres. El análisis volvía, entonces, a la primera línea, al texto anterior, al escritor anterior, en un espiral que los envolvía interminablemente sin que pudieran discernir el paso de las horas. No era raro que el Consejo trabajara desde el alba hasta el crepúsculo.
Sin embargo, a pesar del minucioso análisis de la obra de los cuatro escritores, después de cinco arduos años, el Consejo no había llegado a ninguna conclusión. Las obras, aunque disímiles en cuanto a los temas, estilos y técnicas narrativas, eran de calidades equivalentes. El Consejo, presionado cada vez más por la llegada constante de cápsulas exigiendo resultados, trataba infructuosamente de completar la Tarea.
El quinto año, por ejemplo, se recibieron medio millón de cápsulas neumáticas de los lugares más remotos del país. Como se sabe, aquel año la Primera Ministra había difundido un mensaje por la Red Nacional de Mensajería Neumática, justificando el reclutamiento masivo de escritores anónimos para el Ministerio de Diseminación de Información, ya que, según explicó, la demanda pronto excedería la producción. También aquel año hubo grupos que marcharon por las calles. Unos querían que el Consejo autorizara la relectura de viejas obras. Otros pedían el cierre de los incineradores oficiales. Los más radicales, bajo el emblema "SCRIPTOR EX FABULA", llegaron a exigir que se incluyera el nombre del autor en las obras literarias.
Quizá esta presión excesiva provocó la enfermedad de la Presidenta del Consejo, que, siguiendo recomendaciones médicas, tuvo que someterse a frecuentes baños de sales en una tina especialmente diseñada por el Instituto de Enfermedades Meridionales. Fue en vano que, en un intento por continuar con la Tarea, el Consejo mudara su sala de deliberaciones al baño, especialmente acondicionado, donde la Presidenta, detrás de un biombo de vidrio pavonado, se sometía al tratamiento.
A la dificultad de las discusiones, entorpecidas por el eco de las paredes de mármol, se sumó el efecto nocivo de los salinos vapores en los textos originales. Esto hizo imprescindible la interrupción de tal arreglo.Todavía recuerdo cuando la Cadena Nacional de Mensajería Neumática difundió la noticia: Debido a su enfermedad, la Presidenta del Consejo se veía obligada a pedir su pase al retiro, consciente de que su decisión irrevocable afectaría irremediablemente la historia del país. Y no podía ser de otra manera. Es cierto que el orden de sucesión dentro de los miembros del Consejo era de dominio público, pero también es cierto que el retiro de la Presidenta dejaba una poltrona libre, lo cual impedía la continuación de la Tarea.
El nuevo Presidente del Consejo, después de la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, propuso suspender la Tarea hasta que se llenara la poltrona vacante. Dos días después, también, la CNMN anunció que el más joven de los miembros del Consejo, consciente de su falta de experiencia en un proceso semejante, había pedido su separación temporal, ya que, según declaró, su presencia sólo entorpecería las deliberaciones. Desde entonces, por un lapso de tres meses, los cinco miembros restantes se dedicaron íntegramente al proceso de selección.Tampoco fue fácil. El primer candidato, por ejemplo, recomendado por la Universidad de Dominica, además del Capellán Mayor de la Metrópolis de Tulsa, llegó a la entrevista tan nervioso que el Consejo decidió suspenderla, otorgándole el día libre para que paseara por los Jardines Botánicos. Lo cual resultó acertado, porque regresó, al día siguiente, más calmado y cargado de voluminosos legajos que pensaba usar a su favor. Ya en la entrevista, siendo de rigor la imparcialidad de los candidatos, se le preguntó, como tema inicial, si tenía alguna preferencia entre los cuatro escritores. El candidato, mirando con ojos grandes, azules, que contrastaban con su mentón recién afeitado, dijo que sí, tenía una preferencia, al tiempo que depositaba sobre el tablero los dos inmensos legajos que había traído consigo.
Desde el descubrimiento de la Bóveda de Tiempo Número 5, empezó diciendo, gracias a las copias facsimilares que obran en poder de la Universidad de Dominica, he estudiado metódicamente los textos de los cuatro escritores. Aunque al principio me parecieron equivalentes, después, cuando empecé a comparar los temas, más allá de las proezas estilísticas, pude comprobar que uno de ellos era definitivamente superior. Los resultados de mis estudios, continuó, aparecen en estos manuscritos documentados con exhaustivo detalle.
-¿Los tiene grabados en un tambor de ferrita? -preguntó el Consejo.
El candidato, con una sonrisa de orgullo, depositó en el tablero un reluciente tambor de ferrita con los sellos oficiales de su universidad.
-Déjenos el material -dijo el Consejo-. Lo usaremos en nuestra deliberación; mientras tanto puede esperarnos en el recibidor, donde encontrará algunas exquisiteces traídas de la República Panafricana, incluyendo un estupendo vino de Ciudad del Cabo.
Asombrado por la rapidez de la entrevista, el candidato siguió a un ujier segundo hasta el Recibidor del Consejo, donde comió algunos canapés de soya, pero antes de que pudiera tomar la primera copa de vino, un ujier primero le comunicó que el Consejo sentía mucho no poder concederle la poltrona vacante, rogándole, además, su comprensión por no devolverle ni el manuscrito ni el tambor de ferrita.
El candidato, rojo de ira, pensó reclamar, pero no pudo, porque dos guardias nacionales, después de leerle sus derechos, ya lo escoltaban al primer piso. Allí lo embarcaron en un transportador oficial que lo llevó al Instituto de Estudio de Conductas Excéntricas de Tierra del Fuego, donde sigue incomunicado hasta el día de hoy.
El Consejo decidió, además, retirar las copias facsimilares de las siete universidades del país. Sin adelantarme a los hechos, debo señalar que no todos los candidatos fueron tratados de manera tan sumaria, ni tan severa. Algunos, como el profesor de la Gran Europa, que luego de veinte años de vivir en nuestro país se había naturalizado para trabajar en el Ministerio de Poesis, asistió a dieciocho entrevistas consecutivas, que abarcaron extensas discusiones sobre los autores de la Era Antebellum, además de otros textos antiguos menos conocidos. El profesor, sin embargo, se retiró de manera voluntaria, ya que él mismo consideró que su vasto conocimiento de la literatura antigua podría influir negativamente en la Tarea. Hecha pública su decisión en la CNMN, la Primera Ministra le envió sus felicitaciones.
Sería largo, además de innecesario, enumerar todos los candidatos entrevistados. Sin embargo, es pertinente señalar a la última, la que ocuparía la poltrona vacante en el Consejo, convirtiéndose, además, en el miembro más joven de la historia. Pero eso no es lo asombroso. Lo increíble es que esta joven ocupara semejante cargo sin haber leído nunca obra literaria alguna. ¿Cómo había llegado al Consejo? La respuesta es simple. Desde que terminó su educación elemental, debido a sus aptitudes para el pensamiento algorítmico, pasó directamente a trabajar como aprendiz en el Instituto de Computación Bioneumática, el mismo año en que, previendo la escasez, la Primera Ministra había aprobado el presupuesto especial para el desarrollo del Gran Permutador, el súper computador bioneumático que produciría obras literarias a partir de textos canónicos almacenados en tambores de ferrita de alta capacidad. La candidata fue asignada a la Unidad de Estilo que desarrolló el dispositivo bioneumático que convierte una obra cualquiera a un estilo previamente almacenado en tambores de ferrita. Como los demás miembros del equipo, ella también firmó un contrato en que renunciaba temporalmente a su primer derecho constitucional, el derecho a la lectura. En cinco años, por lo tanto, no había podido acceder, legalmente, a ninguna obra literaria.
Terminado el Gran Permutador, todos los miembros del equipo fueron felicitados por la Primera Ministra. En la misma ceremonia, la directora del Instituto de Computación Bioneumática, aclaró que semejante avance tecnológico no hubiera sido posible sin el genio del dispositivo concebido por nuestra joven candidata. Declaración excesiva, pero que llevó a la Primera Ministra a proponerla para ocupar la poltrona vacante del Consejo.
Cumplida la ceremonia de investidura en la Casa de Gobierno, ya completos sus siete miembros, el Consejo reanudó la Tarea. Es cierto que la nueva integrante participó con el mismo empeño que los demás, pero también es cierto que fue ella quien propuso discutibles estrategias para el análisis de los textos. Al principio, como es natural, los demás miembros del Consejo, experimentados en análisis literario, se negaron. Pero, poco a poco, en una labor de convencimiento en que no escatimó el uso de su capacidad para el pensamiento algorítmico, empezó a ganar la aprobación de los demás miembros, menos uno. Es así como se aceptaron, por mayoría simple, cada una de sus propuestas. Sin embargo, todavía transcurrieron tres años sin que el Consejo eligiera a uno de los cuatro escritores.
Fue durante esos años, en especial, durante el último, que la joven miembro llegó a ejercer cada vez mayor influencia, proponiendo métodos cada vez más objetables, hasta llegar al último, el inaceptable. Pero el Consejo, presionado por los nuevos grupos extremistas que empezaron a marchar por las calles, presionado por la llegada masiva de cápsulas neumáticas, presionado por las visitas constantes de la Primera Ministra, se vio obligado a tomar una decisión. No es necesario describir la algarabía general que se produjo en todo el país cuando las primeras volutas de humo azul se alzaron en el cielo de la tarde. Pero, mientras el país entero celebraba, yo meditaba sentado junto al amplio ventanal de mi oficina, hasta que, ya casi a la madrugada del día siguiente, obligado por mi consciencia, tomé una decisión sin precedentes en nuestra historia, y usando mi privilegio como Presidente del Consejo, fleté el transportador oficial que me trajo al Santuario Mundial de las Islas Canarias, donde he pedido asilo.
Mi decisión de abandonar el Consejo cuando empezaría su época más gloriosa, se debe a que no puedo aceptar que un asunto tan importante para la historia de mi país, tan importante para el mundo entero, se haya decidido, bajo la malsana influencia del miembro más joven, con una suerte equivalente al abyecto rodar de unos dados.
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