Pidió que lo dejen solo, estaba herido de muerte y lo sabía, pero les dijo que estaba bien que buscaría un médico y se ocultaría un tiempo. La banda tuvo que aceptar el pedido de su jefe, no había tiempo para discusiones, la gendarmería les pisaba los talones. Ellos huyeron al galope hacía el escondite, él ordenó a su caballo la dirección contraria, sabía que la recompensa era por su cabeza.
Al salir de la ciudad se internó en la llanura. La sangre negra le empapaba la camisa y parte del pantalón y se mezclaba con una de otro color, era la de su caballo quién a penas podia mantenerse en pie. Lo hizo detenerse, se bajó, quitó las monturas, le dio un poco de agua, lo hizo recostarse mientras lo acariciaba, nunca maté a nadie y justo te tengo que matar a vos, le dijo y jaló del gatillo. Acarició a su compañero una vez más y siguió caminando dificultosamente y tomándose con una mano la cintura. Se sentía muy cansado y el frío ya había usurpado casi todo su cuerpo, excepto su alma, que lo hacía caminar hacia un árbol que vio en el horizonte.
Se recostó sobre el árbol, se quitó el sombrero y lo puso sobre su pecho, desenfundó su arma y la arrojó bien lejos. Tomó de su bolso una libreta y escribió “Le pido de corazón al que me encuentre que me entierre bajo este chañar y que nunca nadie sepa de mi cuerpo sin vida”. Dejó la libreta a un costado y se dispuso a disfrutar su último atardecer pampeano. Cuando cayó la noche ya estaba muerto.
Lo encontraron dos peones, vieron la nota e investigaron sus pertenencias. Encontraron un libro, bigotes falsos, unos lentes y documentos con distintos nombres: Manuel Bertolatti, José Amaya y Julio Blanco. ¡Es él! Exclamó uno de los peones. Cumplieron con lo solicitado en la libreta y enterraron el cuerpo del bandido bien profundo, junto con lo que hallaron a su lado, exceptuando la pistola que uno de los peones tomó y afirmó en su ajustado cinturón.
Días más tarde el peón se apareció en una de las oficinas de La Forestal y apuntando con la pistola del bandido de los pobres dijo en voz alta: "Disculpe señores, vengo a sacarles lo que a ustedes les sobra".
Al salir de la ciudad se internó en la llanura. La sangre negra le empapaba la camisa y parte del pantalón y se mezclaba con una de otro color, era la de su caballo quién a penas podia mantenerse en pie. Lo hizo detenerse, se bajó, quitó las monturas, le dio un poco de agua, lo hizo recostarse mientras lo acariciaba, nunca maté a nadie y justo te tengo que matar a vos, le dijo y jaló del gatillo. Acarició a su compañero una vez más y siguió caminando dificultosamente y tomándose con una mano la cintura. Se sentía muy cansado y el frío ya había usurpado casi todo su cuerpo, excepto su alma, que lo hacía caminar hacia un árbol que vio en el horizonte.
Se recostó sobre el árbol, se quitó el sombrero y lo puso sobre su pecho, desenfundó su arma y la arrojó bien lejos. Tomó de su bolso una libreta y escribió “Le pido de corazón al que me encuentre que me entierre bajo este chañar y que nunca nadie sepa de mi cuerpo sin vida”. Dejó la libreta a un costado y se dispuso a disfrutar su último atardecer pampeano. Cuando cayó la noche ya estaba muerto.
Lo encontraron dos peones, vieron la nota e investigaron sus pertenencias. Encontraron un libro, bigotes falsos, unos lentes y documentos con distintos nombres: Manuel Bertolatti, José Amaya y Julio Blanco. ¡Es él! Exclamó uno de los peones. Cumplieron con lo solicitado en la libreta y enterraron el cuerpo del bandido bien profundo, junto con lo que hallaron a su lado, exceptuando la pistola que uno de los peones tomó y afirmó en su ajustado cinturón.
Días más tarde el peón se apareció en una de las oficinas de La Forestal y apuntando con la pistola del bandido de los pobres dijo en voz alta: "Disculpe señores, vengo a sacarles lo que a ustedes les sobra".
Blog de Demian: http://dejequelecuente.blogspot.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario